30 de junio de 2008

Testigo y aprendiz de lo no bebido


Ya me había anticipado la noche anterior que debía despertarme a las 7 am. y con mucho esfuerzo hacía caso al pedido de mi padre. Por supuesto él ya estaba listo cuando yo despertaba. Siempre me pregunté si acaso él nunca dormía, con razón dicen que los padres son nuestros mayores héroes pues siempre están listos cuando uno los necesita. Algo había pasado desde aquellas dos veces que hice travesuras con mis primos acompañado de unas botellas de alcohol en Año Nuevo y en Huancayo, me parece que empezó a existir un acercamiento entre mi padre y yo. Por algo será -dije yo-.

Nos encontramos con mi padrino Carlos y media hora después con un señor que estaba encorbatado y parecía un pinguino (eso creí), en verdad es que estaba con un terno; inspiraba respeto la prescencia de ese señor. El saludo protocolar no se hizo esperar y pronto subimos a un taxi.

Confieso que no me gustó llegar a ese lugar y peor aún porque el sueño aún me invadía, es que eran las ocho de la madrugada (al menos para mi). Llegamos a la Av. San Pablo (la parte de la Parada donde venden pescados y todo tipo de animales marinos), estaba infestado de ambulantes, carretilleros, pescados, pulpos, y varios choros de las dos especies. Entramos por una de las esquinas de la derecha de la avenida San Pablo y media cuadra después entramos a un pequeño local donde vendían Caldo de Gallina, no recuerdo cómo se llamaba el establecimiento, pero el olor que desprendía era diferente una vez cruzada la puerta de ingreso. -Tres caldos por favor -estaba ya despierto cuando hicieron ese pedido-.

Mi apetito había mostrado su existencia mientras llegaban casi al instante los caldos y fijé mi vista sin querer en los precios; eran dieciocho nuevos soles por cada plato. -¿Tanto puede costar un plato en uno de estos lugares?- me pregunté- y además un simple caldo. Mi padre había notado mi admiración, y dijo: -Te falta conocer más el mundo, chibolo.

Ahora ya estabamos por la Avenida Aviación y por una de las calles que existen en el Ovalo de Arriola entramos rapidamente; nunca pude darme cuenta si era una calle, un jirón o simplemente un callejón, pero llegamos al fin a una pequeña casa que por dentro tenía dos mesas y unas cuantas sillas en las cuales nos sentamos. Mi padrino se apresuró a pdir un par de cervezas, y una gaseosa, por supuesto esa gaseosa me era muy poco para el tiempo casi aburrido que iba a pasar. Una historia tras otra que contaban los tres señores hizo que la mañana pasara rápido y tras un llamado a la dueña pidieron el plato más rico del mundo que sólo se preparaba en esa pequeña casa. -¡Aquí estan sus tres Ceviches señores! -me brillaron los ojos en ese instante.

-Dos cervezas más señora. -Y la cuenta por favor- increiblemente estaba triste porque la reunión se acababa- Sin embargo, al bajar por la Avenida de Las Américas doblamos por la izquierda a una calle paralela y casi a la espalda de un mercado entramos a un bar. -Maestro, dos cervezas y una gaseosa -no se daban cuenta que estaba empezando a odiar la gaseosa. -Mejor una Watt's. Me encantó la nueva decisión, y nuevamente me puse a escuchar atentamente las historias de tres personas que tenían mucho en común y los detalles a la que llegaban en algunas anécdotas un poco pícaras. Al costado dos viejos con unas botellas de cervezas, algunas llenas y otras vacías; también con sus historias que incluían a un señor llamado Hugo Sotil. Era el distrito de La Victoria, tenían que incluir al cholo, pronto ese tema también se trasladó a la de mis padres y recordando algunas acciones heroicas del futbolista se cruzaron las miradas y dieron un salud por ese cholo que los hizo tan felices en su época de juventud.

Después de discutir si el cholo Sotil era mejor o no que Cubillas, la conversación casi llegaba su fin cuando de repente cuatros tipos con su ropa deportiva ingresaron y pidieron una gaseosa con una "chela" (osea una cerveza); terminaron rápido y se dirigieron a la canchita que se encontraba al frente, todos eran aliancistas de corazón. Veamos el partido en la puerta del bar dijeron mis compañeros de reunión (es que ya me estaba creciendo el ego).

Ya eran las siete de la noche, ya se les notaba la cara roja a mis tres "compa's" (quería decir compadres, pero es que mi ego ya estaba desbordada) y el partido ya había acabado, se terminaron las ultimas "chelas" y pronto nos dirijimos a una cuadra más abajo y tenían que terminar el dia comprando unos Anticuchos y unas Pancitas en la carretilla de la "casera"; en cinco minutos ya disfrutabamos de ese platillo delicioso. -Tres choclitos caserita-era una maravilla estar ahí. Por último pidieron tres vasos de chicha morada y ya podía morir en paz en ese momento pues estaba totalmente extasiado.

Terminamos y nos dirijimos de nuevo a la avenida Las Américas y el señor vestido de terno se despidió feliz y dijo: -Carlitos, Edilberto, el negocio está hecho; gracias por este día y nos vemos la próxima semana. Tomó un taxi y nosotros nos dirijimos a la casa de mi padrino una cuadra arriba.

-"Incluso para beber cerveza o cualquier tipo de alcohol, hay que saber hacerlo". -No queremos volver a verte en un estado tan pobre como la vez pasada nunca más, ¿de acuerdo?.

En esa noche tuve una de las mejores lecciones que mi padre me había dado y mi padrino estaba ahí. Ambos eran muy sabios.

3 comentarios:

Esteban Ramon dijo...

LA SABIDURIA SE ADQUIERE CON LA EXPERIENCIA, NADA DE TEORIA, NADA DE ESO.

Anónimo dijo...

Muy buena historia y realmente aleccionadora. Exitos...

Promotora Publicitaria dijo...

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